En la segunda película de la trilogía, los espíritus de los ancestros, que descansaban en paz en medio de las montañas, cerca del río, fueron violentados y condenados, mediante la inundación, a un constante martirio. Ahora, deambulan por los bosques, buscando una conexión ya imposible con los vivos. Aun así, pugnan por comunicarse, intentan enviar señales que tal vez alguna conciencia viva podrá descifrar. Las montañas son ahora testigos de una tragedia espiritual profunda, la de un pueblo cercenado en su imaginario vital.